Muelas del juicio, apéndice
vermiforme, perderemos dedos, aumentará la masa encefálica y por consiguiente
la capacidad craneal, abombándonos la cabeza asimilándonos a seres
extraterrestres antropomorfos, etc.
Probablemente después de leer todo esto y te toque ir al dentista te acuerdes del momento en el que paramos nuestra evolución |
Hace poco, recordando con un
familiar su reciente apendicetomía, comenzamos a discutir sobre la posibilidad
que siempre se había indicado de que con la “evolución” perdiéramos estructuras
que ahora tenemos y que debido al cambio de nuestros hábitos no encontrarían
función, o más bien la perderían. Desde mi personal punto de vista, este evento
no deja de ser un mito cualquier poco infundado por las leyes del
neodarwinismo.
Como ya sostuve en otro artículo,
la evolución del ser humano actualmente no existe, o si existe el ratio de
cambio es tan débil que no es apreciable a la escala evolutiva lógica del resto
de especies. Esta observación derivaba desde el punto de vista de que,
actualmente como especie no ofrecemos mejoras unos individuos frente a otros
que nos permita realizar selección genética natural adecuando esas mejoras al
ambiente que nos rodea. La actual sociedad en la que vivimos, donde los
derechos humanos priman sobre cualquier otra relación (o al menos deberían
primar, aunque no se cumplan en muchos aspectos), permite la supervivencia del
más débil, de la persona que realmente no supone una ventaja adaptativa con
respecto a sus congéneres, como por ejemplo enfermos mentales, personas con deficiencias
físicas que impidan la realización de ciertas labores como la autogestión
completa de sus recursos. Esto puede parecer de entrada un tema delicado, ya
que siempre que se habla de personas con problemas físicos o psíquicos se
tiende a frivolizar y a llevar la conversación hacia campos que ya no rozan la
ciencia, si no que se escapan de ella y se inmiscuyen en campos como la
política, la ética, etc. Desde aquí quiero decir que este blog no aboga por
ningún pensamiento político de ningún tipo pese a que siempre se intente
criticar la política y la sociedad, pero siempre desde un punto científico.
Merece por tanto decir que evidentemente que hay que separar correctamente
estos dos puntos, lo que es la sociedad moderna, y lo que es la biología en sí.
Socialmente es evidente que todas los humanos son iguales (o deberían serlo),
con los mismos derechos y deberes, y sobre todo ante la ley (aunque eso aún
está por ver). Por otra parte, biológicamente no es así. Los humanos no
adaptados completamente al ambiente sobreviven porque la sociedad genera un
nicho ecológico para ellos que les permite poder sobrevivir, e incluso
reproducirse (aunque decir permitir sobrevivir e incluso reproducirse puede
sonar realmente mal a escala social, que no biológica).
Es aquí cuando se da el punto
crítico de la evolución de la sociedad humana. Un individuo humano sin ningún
tipo de minusvalía tiene las mismas posibilidades actualmente de sobrevivir y
procrear que una persona con algún tipo de problema. La transmisión de los genes está por tanto
asegurada en los “dos tipos de personas” y por tanto la selección natural se ha
parado, ya no existen ventajas adaptativas del más fuerte sobre el más débil, y
el Darwinismo ha quedado extinguido para siempre en el ser humano.
Por su parte, la modificación
brutal que el ser humano ha conseguido del medio desde el momento de sus
primeros asentamientos, ha provocado que este no solo no cambie, sino que lo
modifiquemos a nuestro antojo. El cambio del ambiente, la evolución del
ambiente, es lo que hace evolucionar a la especie. El cambio de las
características de lo que nos rodea provoca que los individuos nuevos que
aparezcan que estén más adaptados a esas nuevas condiciones serán los que se
seleccionarán, y por tanto la especie evolucionará por ese camino y no por otro
(otra vez el concepto de la Reina Roja). Al modificar nosotros el ambiente o
más bien parar su evolución lógica, estamos provocando que no haya nuevas
condiciones ambientales que seleccionen nuevos individuos para que la especie
humana evolucione. Esto se traduce de nuevo en un parón de la evolución humana.
Es por tanto que tenemos una
especie en la que, por una parte, no sucede la consecución del más fuerte como
dogma central (aunque hablando ya socialmente esto ocurre todos los días en
cualquiera de nuestras vidas) y por tanto nadie puede reproducirse más para
comenzar un legado nuevo mejorado del anterior, y por otra poseemos un ambiente
que no evolucione y que no permite seleccionar mejoras con respecto a los
anteriores individuos de la especie.
Todo esto se traduce en “falta de
evolución”. Ese déficit en la consecución lógica de la mejora de especie es
evidente que repercute en las estructuras que poseemos. El apéndice vermiforme
anteriormente era una estructura en forma de tubo ciego cuyo fin era la
digestión de la fibra. Actualmente está atrofiado en nuestros cuerpos, sin
ninguna función aparente pero sin visos de cambiar. El único sentido del
reemplazo de esa estructura por otra o por ninguna sería la evitación de una
enfermedad o la eliminación de un gasto energético inútil. Dado que la
evolución se ha parado, esa estructura no puede desaparecer a nivel de especie,
aunque si a nivel de ciertos individuos si se diera un efecto “cuello de
botella” que seleccionará un colectivo, aunque sin suficiente potencial para traspasar
esos efectos a toda la población humana.
Pérdida de muelas del juicio,
pérdida de dígitos, aumento de la capacidad craneal, se antojan por tanto
imposibles sin un cambio de la actitud ambiental y social de la especie humana.
Su pérdida no genera actualmente una ventaja biológica sobre el resto de
individuos, y por tanto ese cambio no será seleccionado y probablemente se
diluirá por efecto de la masa.
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